Bien, vamos pasando por letras poco serias, por lo que preciso es que se me permitan licencias. Ximio es un sustantivo genérico referido a los primates usado en el castellano medieval, al menos hasta La Celestina, en la que sucede un gracioso incidente verbal entre Sempronio y Calisto, cuando este desespera de conseguir a Melibea y el criado le da consuelo porque incluso bestias yacieron con doncellas ilustres (recurre a relatos mitológicos como los de Leda y el cisne o Europa y el toro), y no ha de ser su amo menos; entonces Calisto muestra su escepticismo, ya que cree que son hablillas, y Sempronio dice: “Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.” No veamos a la abuela de Calisto como culpable de bestialismo antes de conocer una interesante explicación basada en la interesada confusión del nombre del animal con la palabra eximio. Y si no convence, entonces busquen y deliren con Was Calixto's Grandmother a Nymphomaniac Mamluk Princess?: A Footnote on "Lo de tu abuela con el ximio". La Celestina, Aucto 1. .
En nuestro siglo de oro sabemos que, aunque se mantenía la arcaica x (como en México, Xerez y Texas), alternaba con j (jimio o ximio dependiendo de la edición del Quijote, por ejemplo) lo que era muestra de aquel incruento conflicto que fue la reordenación fonética de las sibilantes en nuestro idioma, que, en este caso, acabó con el triunfo de la s de simio, lo que compensaba el de la j en jabón, del antiguo sapone(m). Por otra parte, en la Edad Media, la x de la palabra que nos ocupa (pronunciada como en gallego o portugués, en catalán ix o en inglés sh) provenía también de una s inicial latina, y parece que se usaba para referirse a los primates más semejantes a los hombres, mientras que mono se reservaba a los más pequeños.
Así queda atestiguado en un par de cuentos que traigo aquí: el Enxiemplo del ladrón y del león, de la muy misógina recopilación de pequeñas narraciones de origen oriental llamada Sendebar (o de los engaños de las mujeres) es un poco claro relato en que, al final, aparece un ximio que pretende desenmascarar a un hombre en peligro frente a un león, pero es muerto por medio de una simpática ingeniosidad del humano, que le retuerce los testículos hasta la muerte, lo que refleja el mal concepto de nuestros primos primates entre los medievales, como medio para la risa más grosera y epítome de la estupidez o de la fealdad.
El otro ejemplo es más serio: se trata del “Pleito que el lobo y la raposa tuvieron ante don Ximio, alcalde de Bugía”, cuento del Libro de Buen Amor, en el que el Arcipreste diatriba contra aquellos fulanos facinerosos (el lobo, en este caso) que se meten en pleitos contra otros también delincuentes (la raposa, aquí) refugiándose en abogados expertos (el galgo) para delimitar sus parcelas de negocio ilegal (comerse los animales de sus vecinos); es decir, que el diablo cuando no sabe qué hacer, mata moscas con el rabo. Ante la calaña de los litigantes, el sabio juez don Ximio demuestra conocer: 1) más leyes que los picapleitos, 2) el beneficio de poner paz entre las partes y 3) cómo poner los puntos sobre las íes a ambos desalmados. El cuento de don Ximio, en definitiva, nos dice que los largos litigios solo benefician a los abogados y nunca habrá acuerdo excepto en continuar con la lid legal; que si son entre mala gente, lo mejor es dejarlos en combate nulo, y que si hay sabios, ecuánimes y beneficiosos entre los animales esos son nuestros primos primates.