Relatos día de violencia machista
Escrito por Teresa Martín Chaparro, viernes 20 de diciembre de 2013 , 11:00 hs , en Animación a la lectura

AFORTUNADA.

Recuerdo el día en que me rebelé contra él. En el que se acabó mi dolor. Era por la tarde. Llovía. Tras un día de hacer la colada, la comida, las camas, limpiar la casa y demás, decidí sentarme a leer un rato. La paz duró apenas minutos. El “hombre” de la casa había llegado de trabajar. Se me había olvidado prepararle la cena, con cerveza, ya que hoy había partido de fútbol. Me abofeteó. Yo ya lo veía normal. “Inútil”, era la palabra que repetía una y otra vez. Siempre se desahogaba conmigo. Debía ser para él, una especie de saco de boxeo. Me tiró al suelo, y empezó a darme patadas en las piernas. Moratón sobre moratón. Yo intentaba decirle que parara, que yo le quería. Es verdad, a pesar de todo, le quería. “No vales para nada”. Acabé tirada en el suelo de la cocina. Fue ahí cuando lo tuve claro.  Mi vida se empezó a resumir en una película que pasaba a cámara lenta por mis ojos. Solo veía heridas. Y cicatrices. Veía a mi hija llorar, por mí. Veía gritos, lágrimas, soledad. Hasta que llegué al momento en el que éramos felices. Íbamos al teatro, al cine, a conciertos. Nos reíamos juntos. Recordé el día en el que nos conocimos. Hasta que volví a la realidad. Ahí estaba yo. Una cifra más, una mujer más tirada en el suelo de su cocina. Él iba a continuar, nunca iba a cambiar. No bastaban mis palabras, ni mis gritos, ni siquiera bastaban mis lágrimas. A él nunca le bastaba. Me tiraba del pelo, mientras yo me resistía, me intentaba levantar. Era imposible. No tenía fuerzas. No podía hacerlo. Pero cómo iba a hacerlo. Le miré a los ojos, y apoyándome en el suelo, me incorporé como pude. Me volvió a tirar. Pero se acabó. Ya basta. Me levanté, y él se sorprendió. Sequé las lágrimas de mis ojos y la sangre de mi nariz. Él agarraba mis muñecas, intentando retenerme. Y entonces grité. Grité tan fuerte, que fui escuchada por primera vez. Fue mi vecina la que llamó a emergencias. Él me golpeó una vez más. La que más me dolió. Caí de nuevo al suelo y quedé inconsciente. Desperté en el hospital, rodeada de los que de verdad me quieren. En la mesilla había flores, y un dibujo de mi hija. Se ha acabado. No habrá más insultos, ni más peleas, ni más gritos. Me pasé media vida pensando que él tenía razón, que yo era inferior, que no valía para nada. Supongo que nada volverá a ser lo mismo. Que mis sonrisas tardarán en aparecer, pero aparecerán. No voy a tener más miedo, de los errores se aprende. Me arrepiento de haber soportado todas esas palizas, que aún me duelen. Supongo, que soy una afortunada.

                                                                                  María Moro Prieto (4ºESO A)



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Comentarios
  • Beatriz Iglesias el martes 24 de diciembre de 2013, 14:22 hs
    Enhorabuena, María, has descrito muy bien lo que desgraciadamente pasan muchas mujeres... Ojalá todas pudieran salir de esa espiral de violencia y salvarse a tiempo...