Se me había quedado este último texto que termina el abecedario de la Z a la A dedicado a los animales, sean reales o ficticios, pero tratados como auténticos animales, es decir, alejados de interpretaciones antropocéntricas, en cuentos, novelas y poemas.

Este simpático de la imagen es un raro anfibio que detiene su metamorfosis en un estado casi larvario, a pesar de su gran tamaño, por lo que conserva sus características branquias ramificadas y sus ojos sin párpados. Vive solamente en las zonas lacustres de Xochimilco, donde está a punto de extinguirse.

Julio Cortázar escribió uno de sus más famosos relatos en torno a un narrador que  contempla en un acuario a un ajolote o axolotl (Ambystoma mexicanum) hasta disolverse en el animal contemplado.

"Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias de enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?"

El protagonista de Axolotl está emparentado con la fantasía de la desesperación de los relatos de Gogol como La nariz o El capote, y con el pobre funcionario de Dostoievski devorado e indigerido en el cuento El cocodrilo: todos ellos son vaciados de seres humano en cosas o animales, lo que resulta ser el único recurso de los fugitivos que no tienen lugar a donde huir, ni voluntad, ni motivos para hacerlo; en fin, de las personas que huyen de ser personas.