El pasado mes de Junio, Alberto Viñas, que se encontraba finalizando 1º de Bachillerato, participó en estos campus científicos experimentales en Soria, que por primera vez se organizaban, de forma experimental, para alumnos de 1º de Bachillerato de Ciencias y Tecnología.
La convocatora exigía tener una nota muy alta (mdia igula o superior a 9 en la ESO y media en las calificaciones de bachillerato iguales o superiores a 8'5 hasta el momento de publicarse la orden.
El Campus se desarrolló en Soria del 16 al 24 de junio de 2014. Aquí os dejo un artículo que ha escrito Alberto.
Me gusta su resumen final: "Quiero animar a todas las personas que tengan la oportunidad que participen en los campus. Es una experiencia inolvidable, en la que se conoce a gente fantástica, y se realizan un montón de actividades, aprendiendo mucho, pasándoselo genial. Es una experiencia fantástica."
ASÍ QUE YA SABÉIS, CHICOS, APROVECHAD EL TIEMPO Y OBTENED BUENAS NOTAS.....
Era un día caluroso a las puertas del verano en Ciudad Rodrigo el día en el que iría, como diría Gabinete Caligari, camino Soria. Tras ultimar los preparativos, guardé la maleta en el coche, y mis padres y yo nos encaminamos en un viaje de Oeste a Este de Castilla y León, recorriendo las vastas tierras de lo que fueron los reinos de León y de Castilla. Sus viñedos y sus campos de cereal, sus pequeños pueblecillos, y sus ciudades, avanzando hacia Soria.
Tras pocas horas de viaje, se empezó a ver el paisaje soriano, que encajaba con los versos de un poeta que pasó una parte de su vida en la ciudad a la que yo iba: el gran Antonio Machado, de la generación del 98. Estos versos dicen: “Es la tierra de Soria árida y fría. /Por las colinas y las sierras calvas, /verdes pradillos, cerros cenicientos […]” Y allí estaba yo, viéndolo con mis propios ojos. Ensimismado estaba contemplando el paisaje que me rodeaba, cuando al fin llegamos a la ciudad de Soria. Nada más bajar del coche, un viento frío me abofeteo. Era notable la diferencia de temperatura entre Ciudad Rodrigo y Soria. No me quedó otra que ponerme la chaqueta. Estaría por Soria dos días antes de entrar al campus. Dos días en los que vería lugares emblemáticos de la ciudad que no vería durante el campus debido a la apretadísima agenda que tendríamos. Entre estos lugares estaban la ermita de San Saturio, a la ribera del Duero, donde se puede apreciar la curva de ballesta, lo que me hizo recordar estos versos, del ya mencionado Antonio Machado: “Allá, en las tierras altas,/por donde traza el Duero/su curva de ballesta/en torno a Soria, entre plomizos cerros/y manchas de raídos encinares, […]” También pude visitar el olmo viejo, al que el mismo poeta dedicó un poema, que comienza así: “Al olmo viejo, hendido por el rayo /y en su mitad podrido, /con las lluvias de abril y el sol de mayo /algunas hojas verdes le han salido.” Y la tumba de Leonor, esposa del poeta, fallecida en el año de 1912.
Tras dos días, llegó el día del inicio del campus, al que entraría por la tarde. He de decir que estaba algo nervioso, debido a la incertidumbre de lo que allí iba a realizar o la gente que iba a conocer. Nervios, que nada más entrar, se me pasaron. Conocí a los pocos que estaban allí, pero los demás fueron llegando paulatinamente a lo largo de la tarde, procedente de las diferentes provincias de la comunidad. Una vez presentados todos, hicieron lo propio los monitores. Fue una breve introducción, pues la presentación oficial sería al día siguiente. Nos informaron, en líneas generales de lo que haríamos: talleres de las distintas materias que se impartieron durante el curso (física, química, biología…), salidas a distintos lugares naturales y las visitas que realizaríamos. Eran muchas cosas, y apenas teníamos tiempo libre. Total, que entre presentaciones y demás, llegó el primer día de actividades: una visita guiada a Soria, por parte de un amable guía, que nos enseñó lugares como la iglesia de Santo Domingo, la iglesia de San Juan, los lugares y edificios más emblemáticos de Soria, acompañado de explicaciones sobre antiguas organizaciones administrativas de la ciudad, personas importantes que habían vivido allí y un poco de historia.
Tras este recorrido por la ciudad de Soria y su historia, hicimos un viaje más atrás aún en el tiempo, visitando el antiguo poblado de Numancia, conocida por la resistencia de sus habitantes celtíberos ante los romanos. El antiguo poblado, del que hoy se aprecian las ruinas, se encuentra en lo alto de un cerro, rodeado por los ríos Tera y Duero. Allí los numantinos hacían su vida, sometidos a los azotes del frío, que atenuaban con la muralla que les servía de protección. Cuando en el 218 a.C empezó la conquista de las Península Ibérica por los romanos, al llegar a Numancia, no fueron bien recibidos. Así que Roma envió a uno de sus mejores generales, Escipión, a conquistar Numancia. Este hombre asedió a los numantinos, de modo que de allí no saliera ni entrara nada ni nadie, para lo que construyó siete campamentos alrededor de Numancia (cuya posición actualmente está marcada con postes blancos, visibles desde las ruinas del poblado), uniéndolos con una muralla. Y así estuvieron año y medio, hasta que los numantinos, sin nada que comer, sin provisiones, muertos de hambre, decidieron poner fin a la situación. Se suicidaron y quemaron la ciudad, antes de entregársela a los enemigos. Los pocos que sobrevivieron fueron vendidos como esclavos.
Durante estas visitas, se empezaron a forjar nuevas amistades, a conocer a la gente, con los que se pasarían muy buenos ratos a lo largo del campus, con numerosas anécdotas que perdurarán en la memoria toda la vida.
Llegamos, así a otro día más en Soria. Nos despertaban todos los días sobre las ocho, al canto de “Camino Soria”, de Gabinete Caligari junto a Eva Amaral. Era una buena forma de empezar el día. En la residencia se pasaba poco tiempo. Sólo para las comidas, el rato de descanso después de éstas, y por las noches para cenar, ducharnos jugar un poco en la sala de juegos, y leer el exprésate, una caja donde se metían cartas, sugerencias, y tonterías varias, pasando muy buenos ratos Acto seguido, hacíamos un juego, durante el cual reíamos a más no poder, y finalmente, nos acostábamos, exhaustos.
El segundo día empezamos con las prácticas en laboratorio. Entre estas estaban prácticas de hematología, tratando de averiguar nuestro grupo sanguíneo, o de separar el plasma de las células sanguíneas. Tras esta de hematología, se sucedió una de matemáticas, para trabajar con Excel. Por la tarde hubo otras dos. Hicimos numerosos talleres esos días, relacionados, como ya dije, con diferentes ámbitos de las ciencias: física, química, biología… a excepción de un taller de dibujo, con el humorista gráfico del periódico del “Heraldo de Soria”, con el que aprendimos a hacer caricaturas. Este mismo día, hicimos una salida al observatorio astronómico de Borobia, donde nos dieron una charla sobre astronomía y astrónomos. Tras la charla, cenamos para posteriormente subir al observatorio, situado en un antiguo castillo, en un lugar elevado, donde cuentan con un potente telescopio, por el que pudimos contemplar, entre otras formaciones estelares y astronómicas, a uno de nuestros compañeros en el Sistema Solar, Saturno. Allí estaba, rodeado de sus anillos.
Al día siguiente subiríamos al Pico Frentes, acompañados por el profesor de biología y geología del IES politécnico de Soria, en el que hacíamos las prácticas-si bien es cierto que hicimos alguna en la universidad-. En el Pico Frentes fue posible ver fósiles de antiguos erizos de mar, del lejano tiempo en el que este lo cubría casi todo. Fue una subida agotadora, acabamos muy cansados. Pero lo divertido fue la bajada, en una pendiente, que era una alfombra de piedrecillas, por la que se podía bajar corriendo. Si tardamos unas tres horas en subir, fueron unos quince minutos para bajar.
Otro día, de los mejores, fuimos a Garray, caminando a la ribera del Duero, para volver a Soria bajando por el río en barca. Pero antes de eso, visitamos el Monasterio de San Juan de Duero, construido por los templarios en el siglo XII. El claustro fue construido dos siglos más tarde, en el que se pueden ver cinco tipos diferentes de arcos y desde donde se puede ver el monte de las Ánimas, lugar en el que ocurre parte de la leyenda homónima escrita por el romántico Gustavo Adolfo Bécquer. Tras esta visita, comenzamos nuestro “paseo” a Garray. Una vez allí, nos bañamos en el río Tera, unos metros antes de que éste desemboque en el Duero. Después de comer, una vez hecha la digestión, llegaron los hombres con los que bajaríamos bogando por el Duero. Tras las explicaciones oportunas, y ponernos los elementos de seguridad necesarios, procedimos a meter la barca al río, por el que bajamos en un ameno descenso.
Otro día, fuimos a la Laguna Negra, de la que se decía que no tenía fondo, y que está unida con el mar por una serie de cuevas. La laguna recibe ese nombre debido a que está rodeada de un alto acantilado, donde anidan aves como el buitre leonado, lo que hace que tenga poca luz, y que, unido a su profundidad, hace que tenga tonos oscuros. La Laguna aparece en la obra de Machado, pues es el lugar en el que los dos hijos mayores de Alvargónzalez tiran a su padre, y en cuyo fondo acabarán ellos también. Está prohibido bañarse en la laguna durante todo el año, salvo el primer domingo de Agosto, en el que los nadadores que lo deseen pueden atravesar la laguna a nado. Desde la Laguna Negra también se puede subir al Pico de Urbión, lugar en el que nace el río Duero, fuente de riqueza para las tierras de Castilla, en cuya ribera se producen las viñas de las que se obtendrán los aclamados caldos.
En definitiva, la Laguna Negra es un precioso lugar que no hay que dejar de visitar. Al igual que el Cañón del río Lobos, lugar en el que se alegra la vista, con impresionantes lugares tales como el ojo del diablo, desde el que se puede contemplar una extensa parte del cañón y sus elevadas formaciones rocosas.
Y así, entre excursiones, prácticas en laboratorio, risas y excelentes momentos, llegó la última noche del campus, la noche de la despedida, en la que se leyeron cartas, que hicieron que brotaran las primeras lágrimas. Tras ello se realizó una fiesta, celebrando lo magnífico que fue el campus. A pesar de ello, me acosté pensando que eso se acababa, y que me iba a despedir de la nueva gente que había conocido. Pero no quería. Resulta increíble como en poco tiempo, la gente entra en tu corazón, silenciosamente, y luego éste grita, negándose a marchar. Pensando, mirando el techo, agotado de una semana plagada de actividades, me quedé dormido.
El postrer día amaneció nublado. Nos despertamos a la misma hora de siempre, por lo que la gente estaba cansada. En un ambiente diferente al de los días anteriores, nos tocó hacer la maleta. Guardaba las cosas, con una fuerte congoja y tristeza, que me oprimían el corazón; no obstante, intentaba sonreír. Acudí así al acto de despedida, donde se nos hizo entrega de un diploma, y se nos obsequió con un libro de un poeta puramente soriano: Dionisio Ridruejo. Después, un grupo de monologuistas científicos hicieron una soberbia actuación explicando problemas y situaciones científicas en tono humorístico, con gran desparpajo, que hizo que nos olvidáramos por un momento de la despedida, echando las últimas risas. Finalmente, en el mismo salón de actos, nos dejaron un momento a solas, para que los monitores nos dirigieran unas palabras. Y el salón de actos se convirtió en un afluente. Las lágrimas asomaban de muchos ojos. Yo intentaba resistirme hasta que, una vez ya en la residencia, firmando las camisetas del campus, abrazando a la gente que empezaba a marcharse, las lágrimas brotaron de mis ojos. Y así era cada vez que alguien se marchaba. Comimos, intentando animarnos, recordando los días anteriores, y olvidar que en unas horas, cada uno estaría en un lugar diferente, de vuelta a casa. Tras llenar el estómago por última vez, agradecimos con un fuerte aplauso a los cocineros su excelente labor. Y seguimos firmando las camisetas, apesadumbrados, despidiendo entre lágrimas y abrazos a quien se marchaba. Entonces, me llegó la hora. Me despedí con un abrazo, con lágrimas en los ojos, de todas y cada una de las personas que quedaban. El campus había llegado a su fin. Me preparé, cogí la maleta y la mochila, y me encaminé junto a la monitora al coche, para bajar a la estación del ferrocarril.
Cuando salí de la residencia, unas gotas de lluvia mojaron mi rostro. El cielo soriano también lloraba por la despedida. Tras un viaje cruzando las calles y avenidas sorianas, llegué a la estación. Cogí mis pertenencias, y entré a comprar los billetes necesarios. Abrecé a Elena, la monitora, y me despedí. Con la maleta en la mano y la mochila al hombro, salí a los mojados andenes de la pequeña estación de Soria (Como curiosidad, diré que no fue en esa estación en la que se apeó Machado, sino en otra que estaba en el centro de la ciudad, hoy inexistente). El tren estaba estacionado, con las puertas abiertas, mientras los pocos pasajeros que cogerían el tren -estaba casi vacío- se despedían de sus familiares. Entré en el tren. Coloqué la maleta, y después me acomodé, colocando la mochila a mi lado, mirando por la ventana a la estación soriana tras una cortina de fina lluvia. Llegó la hora de la partida. El jefe de estación salió de la oficina, con un banderín rojo y un silbato en los labios. Elevando banderín, haciendo sonar el silbato, dio la salida al tren. Un bocinazo hizo que por un instante se dejara de oír el murmullo de los motores. Con un suave movimiento, el tren se empezó a mover. Dejaba atrás Soria, surcando los mismos raíles por los que en su día viajó Antonio Machado. Mirando por la ventana, atravesados por el tren, se sucedían los elementos descritos por el poeta en los ya enunciados versos: “[…]por las colinas y las sierras calvas, /verdes pradillos, cerros cenicientos,[…]” Y allí estaba yo, balanceándome con el traqueteo del tren, sumando a la nostalgia que da ya de por sí viajar en ferrocarril, la de los recuerdos del campus, intentando disfrutar del viaje que me devolvería a casa, recordando los versos del ya citado varias veces poeta sevillano que dicen: “Yo, para todo viaje,/-siempre sobre la madera/de mi vagón de tercera-/voy, ligero de equipaje[…].” Viendo pasar, pues, pinares, campos, prados, lejanas sierras, caminos, y alguna que otra estación en la que ya no paran los trenes, iba pensando en esa semana, en toda la gente maravillosa que conocí, con la certeza que aún tengo de que, cuando llegue a Ítaca, recordaré con nostalgia, pero con una sonrisa en los labios, esos ocho días que pasé en esa preciosa, inigualable, mística y guerrera ciudad: Soria.
Quiero animar a todas las personas que tengan la oportunidad que participen en los campus. Es una experiencia inolvidable, en la que se conoce a gente fantástica, y se realizan un montón de actividades, aprendiendo mucho, pasándoselo genial. Es una experiencia fantástica.