El Gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas (véase L de liebre de marzo) guía/despista a la niña perdida en un mundo de reglas absurdas por medio de enigmas entre burlas y veras. Su rasgo físico principal, recordaréis, es una sonrisa imposible en un felino, y su propiedad mágica es que su imagen se puede desvanecer por completo o parcialmente, dejando solo a la vista esa sonrisa. Su apellido sirve para nombrar a una especie perteneciente también al mundo de lo fantástico: el cheshire de la novela de ciencia ficción La chica mecánica, de Paolo Bacigalupi, publicada en castellano en 2010, año en que ganó todos los premios mundiales del subgénero.
La historia tiene lugar en el siglo XXIII y en un mundo donde los hidrocarburos fósiles casi han desparecido, lo que origina una curiosa vuelta atrás en el campo de la ingeniería dinámica: veleros, dirigibles, motores de muelles y fuerza animal imperan en un sistema donde la caloría es la medida principal, lo que trae consigo una dependencia máxima de la alimentación. No se detiene ahí la anticipación científica del relato: los cultivos mundiales están sujetos a algunas empresas cuyo poder sobrepasa el del mosaico de débiles estados que forman la realidad política. Ello es porque las semillas transgénicas son las únicas que pueden sobrevivir en un reino vegetal casi extinguido por plagas cuyo origen, no se sabe si malicioso, también está en la ingeniería genética.
La criatura que da título al relato es un ejemplo de otro fruto de aquella civilización, una chica fabricada en laboratorio cuya humana inhumanidad nos recuerda a los cíborgs (palabra que el Diccionario de la RAE admitirá a finales de este año) del muy famoso título de ciencia ficción ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,de Philip K. Dick, que inspiró la aún más célebre película Blade Runner.
Pululando en el complejo mundo de La chica mecánica, otro resultado del juego humano con la Naturaleza es el mencionado cheshire, cuyo origen había sido un regalo de cumpleaños de un mago genetista a su hija. Un gato de color cambiante hasta la invisibilidad no solo acabó convirtiéndose en mascota de moda, sino que desembocó en el depredador perfecto, lo que habría desencadenado una serie de catástrofes ecológicas: primero se extingue el gato doméstico o común (Felis [silvestris] catus) por hibridación; a continuación, sus presas (aves, roedores…); luego sus competidores, y, al final, el cheshire se vuelve una plaga urbana siempre hambrienta, un parásito fantasma indestructible, una odiosa advertencia contra los efectos de la codicia aliada con la tecnología.