F de flamenco
Escrito por Miguel Ángel Paniagua Escudero, miércoles 28 de mayo de 2014 , 21:12 hs , en Animación a la lectura

Laguna de Fuentepiedra

 

Llegué cuando una luz muriente declinaba.

Emprendieron el vuelo los flamencos dejando

el lugar en su roja belleza insostenible.

Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía

hasta la orilla un suelo de dragones dormidos

entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.

Levanté con los dedos el cristal de las aguas,

contemplé su silencio y me adentré en mí misma.

 

Mª Victoria Atencia, ganadora este mismo mes de mayo del premio Reina Sofía de poesía iberoamericana, se refiere en su poema a uno de los lugares clave de la observación de aves en la Península Ibérica, la laguna de Fuente de Piedra en la provincia de Málaga. La poesía sedosamente ensimismada de la autora resulta chocante en comparación con el estallido de belleza de más de cuarenta mil aves levantando el vuelo, tanto que parece que le estorban para su propia contemplación, en la cual la orilla, la membrana acuática le bastan para envolverse en la miel del ser en sí. No tiene comparación con haberse quedado en la bañera del hotel con algunos frasquitos de ammenities flotando y el espejo del baño en favorecedor ángulo.

 

Los flamencos (Phœnicopterus roseus) se alimentan del color rosa y lo vuelan por el cielo confundiéndolo con el ocaso y la aurora, justo cuando más rojos pueden parecer. Su nombre latino los emparenta con el fénix (phœnix), ave que renace de las rojas llamas. Los humanos les tenemos reservados, sin embargo, papeles menos airosos.

Recuerdo que en un parque de Flandes tenían unos cuantos flamencos más bien pálidos y alicortados junto a una Vlamingenstraat (Calle de los flamencos (A) de Flandes) solo para hacer un juego de palabras con flamingo (flamenco (B) ave); de hecho, algunos todavía discuten si el flamenco (C) (música y danza) proviene del (B) ave o del (A) natural de Flandes. Los belgas de mi recuerdo los guardaban no sé dónde cuando llegaba el larguísimo invierno. Peor los trataban los romanos del siglo I, para los que la lengua del flamenco (ojo, no la lengua flamenca) era un caro manjar. En fin, para algunos poetas son tan solo un obstáculo para el ombliguismo lagunero.


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