Para los viejos creadores de fábulas, el perro (Canis lupus familiaris) era demasiado humano para ser humanizado, de manera que cuando aparece en este tipo de ficciones es siempre como animal. Para otras bestias, el perro es una especie de matón al servicio del humano, un anitanimal; para los hombres, es el nivel inferior al de esclavo, lo más vil de la especie humana, por lo que no hay otra especie que sea más denostada en refranes o frases hechas. El perro trabaja, acata órdenes, es fiel, acompaña, guarda… como cualquier gañán descerebrado, pero también tiene relaciones sexuales, defeca, muerde, pare y revienta sin pudor; así que se lo puede apedrear, despellejar, torturar o ahorcar como si fuera un artefacto. Cuando Asimov se planteaba las leyes de la robótica estaba pensando en los perros: ¿hasta dónde llega la humanidad entre los canes? ¿Es lícito tratar a un perro como un trozo de carne? ¿Es moral sentir afectos personales por un perro? ¿Puede esta especie sentir amistad, amor, fidelidad… o es solo un nombre que les ponemos a los simples reflejos? Y, si es así, ¿no hay humanos en los que se observan menos rasgos de personalidad que en muchos perros? ¿Vale más un perro que un esclavo? o ¿vale más un imbécil sanguinario que un buen perro? Interesantes preguntas que nos podemos plantear en fértiles tertulias de medio pelo.
En literatura culta, Cervantes nos puso dos filósofos estoicos disfrazados de chuchos en su Coloquio de los perros, cuya versión moderna y epicúrea es la serie de Disney Mi perro tiene un blog. Sin embargo, dejando aparte estas versiones humanizadas del mundo canino, hay algunos ejemplos literarios que retratan lo esencial de estos animales: para lo bueno, Argos, el perro de Ulises en la Odisea, el perro del héroe en Tristán e Isolda… para lo malo, el can Cerbero también de Odisea, El sabueso de los Baskerville de Sherlock Holmes… El primer perro-perro literario es Buck, el de La llamada de lo salvaje de Jack London, con su reflejo, Colmillo blanco, libros realistas que muestran la crueldad y el amor en las relaciones con los seres humanos y en los que el límite entre el lupus y el familiaris se dibuja con zonas borrosas.
También la dependencia del pobre personal humano hacia su perro es el tema de lacrimógenas historias (por las que siento debilidad) sin mayor teoría. De ellas prefiero la de Cartucho, el perro del cuento de Aldecoa Muy de mañana, en el que acompaña al menesteroso Roque. “Cartucho es de un color de podredumbre frutal. Tiene unos ojos pitañosos, bobos, temerosos. El pelo híspido, en el cuello. Los dientecillos, ratoneros. El miedo y la ira se conjugan en su corazón.” El ser infame objeto del desprecio al que antes hacía referencia, pero del que se acaba declarando la verdad que redime y da sentido a tantos perros de hoy en día: “la llaga de la soledad de Roque necesitaba de Cartucho”.
Ilustración: Monumento al perro abandonado en el Zoo de Barcelona (más en http://linde5-otroenfoque.blogspot.com.es/2008/07/monumentos-al-perro-callejero.html)