V DE VACA
Escrito por Miguel Ángel Paniagua Escudero, domingo 2 de febrero de 2014 , 19:28 hs , en Animación a la lectura

Bos taurus es una compañera del ser humano desde hace mucho, unos 10.000 años en Asia. Dan carne, leche y lidia, por lo que su propiedad ha venido siendo considerada un indicativo de riqueza; Juanito, el de las habichuelas, vende su vaca como último recurso. De ello se deduce que nuestra relación con las vacas es puramente materialista; de hecho, el ganado bravo, que sería el que tendría una calificación más sentimental o, al menos, connotativa, cumple con su objetivo para la humanidad cuando los matamos.

Se puede decir que el ganadero en general cuida a sus animales, pero no los quiere; es decir, sí puede alcanzar cierta unión sentimental con su ganadería como entidad compleja, pero sería mucho adjudicarle una relación de cariño hacia ellas individualmente. En el caso vacuno, además, son demasiado grandes para hacerlas mascotas, demasiado abundantes para que enternezca un encuentro con ellas, demasiado peligrosas, malolientes, lentas, estúpidas… como para que el público deje de verlas como almacenes de leche y hamburguesas. Corderitos, cerditos, pollitos, patitos… son personajes tiernos; por otro lado, el caballo tiene otro prestigio, como el perro e incluso el gato; hasta el macho de la vaca, castrado o no, tiene cierto carisma, pero de la ternera solo sacamos filetes.

El colmo del desprecio lo he encontrado en una parábola de las que los expertos en automanipulación o coaching usan para aguijar a las unidades de producción humana cuyo ritmo haya descendido: un sabio andante ultima con un hacha una vaca, la única riqueza de una familia pobre, para demostrar que, superado el primer momento de lástima, esa familia deberá ponerse a trabajar duro para salir de esa situación y así prosperar (emprendimiento, que se llama ahora). Conclusión: hay que matar a la vaca-seguridad (la de ser funcionario, pongamos por caso) para ponerse a trabajar en serio. Si uno se entrega a la molicie de la seguridad que da una vaca (que se lo cuenten a los ganaderos, lo de tal seguridad y comodidad), no se progresa, así que la matamos (a hachazos, por ejemplo, que así hay más risas) y estimulamos la producción y el emprendimiento.

Por estas razones, es digno de señalar los pocos casos en que la vaca es considerada un ser vivo (o muerto), sin más. A veces he usado en clase un cuento de los años cincuenta escrito por el maestro del microrrelato Augusto Monterroso titulado “Vaca”:

Cuando iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a contemplar el crepúsculo que estaba de lo más bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mí, pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha.

Más adelante, el cuentista escribió un libro de ensayos sobre literatura curiosamente titulado La vaca, que se refiere a este relato suyo y a otras apariciones protagonistas de nuestro animal en literatura y arte. Empieza recordando la primera de todas, ¡Adiós, Cordera!, probablemente el cuento más famoso del gran narrador español del siglo XIX, Leopoldo Alas “Clarín” y uno de los pocos relatos que tienen una escultura dedicada (está en Oviedo).

Todos podemos ver muchos prados asturianos desde la carretera, o pasear a su lado mientras disfrutamos del verdor, e incluso miramos las vacas que forman parte de la ladera como una composicición perfecta de color, olor, inclinación y curvas, o como el momento perfecto al que se ha llegado después de miles de años de ensayos y que ha decidido quedarse en una especie de cuadro eterno. Sin embargo, el prado donde Cordera y sus huérfanos amigos pasan los días, con el tren bordeándolo de vez en cuando, ese lugar donde ellos van creciendo y su vaca acabará faltando, es más real y lo vivimos más que cualquier imagen actual.

Marchando adelante el relato, en una curiosa respuesta anticipada a los gurús del coaching emprendedor, el padre vende la vaca para aumentar su liquidez (diríamos ahora) y, lamentablemente, dejar de nuevo huérfanos a Pinín y Rosa. La segunda partida, después de la de Cordera y de un desgarro similar, es la de Pinín, pero eso es mejor leerlo. Es un relato triste, pero de ese tipo de tristeza que abre el entendimiento y equilibra, como puede hacer la mirada bien captada de una vaca.



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